LUCHEMOS POR LA JUSTICIA
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EL COMUNISMO Y LA REPUBLICA

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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty EL COMUNISMO Y LA REPUBLICA

Mensaje  Admin Dom Oct 26, 2008 7:10 pm

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Última edición por Admin el Lun Oct 27, 2008 12:19 am, editado 1 vez
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty esccribir cosas

Mensaje  Admin Dom Oct 26, 2008 8:18 pm

http://www.juventudes.org/jc/
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com/


Última edición por Admin el Miér Nov 05, 2008 1:56 pm, editado 2 veces
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty pOr uN 20-N AnTiFaScIsTa!!! OrGaNiZaTe y lUChA!!!

Mensaje  Admin Lun Oct 27, 2008 12:19 am

EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Cartel_g_manifestacion_20n_2006
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Re: EL COMUNISMO Y LA REPUBLICA

Mensaje  antifascista28 Lun Oct 27, 2008 12:55 am

aque teneis l pagina de juventudes comunistas de españa, me gustaria k akellas personas k tengan ideologias afines al comunismo se afiliaran y asi de esa forma organizarnos y unirnos en la luxa contra del fascismo!!

saludos a todos!!

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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty FELIPEEXTRE

Mensaje  Admin Lun Oct 27, 2008 3:04 am

ola me yamo felipe y soy comunista desde la pantaya del ordenador me pongo a pensar ke deberiamos intentar cambiar el mundo organizandonos y atacando a kien se lo merece (ke son muxos) unamos nuestras fuerzas y sigamos el ejemplo del che asta otra compañeros

asta la victoria siempre.
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Azaña descansa por fin "en una tumba digna de él"

Mensaje  Admin Lun Oct 27, 2008 8:12 pm

EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA 2yza4qktuybyg0n2rz0ic6

Una estela realza en Montauban (Francia) el lugar donde yace el último presidente de la República. Los visitantes se quejaban de lo difícil que era de localizar su tumba en el cementerio municipal de Montauban (sur de Francia). Izquierda Republicana lamentaba en su página web que estuviera mal señalizada. Desde ayer sábado el lugar donde yace Manuel Azaña, el último presidente de la República, se identifica con más facilidad. Manuel Azaña- La noticia en otros webs webs en español en otros idiomas Una estela del escultor francés Christian André-Acquier realza la tumba de Azaña que falleció en Montauban, en noviembre de 1940, sometido a la estrecha vigilancia del régimen colaboracionista de Vichy. La obra fue destapada el sábado con motivo de un homenaje al célebre exiliado organizado por la asociación Presencia de Manuel Azaña. "Estamos aquí, aquellos que queremos a la República (...), para rendir un homenaje a su último presidente", afirmó Jean-Michel Baylet, presidente del Consejo General (diputación) del departamento del Tarn-et-Garonne. Su padre fue, hace 60 años, uno de los que ayudó a Azaña a instalarse en Montauban. "Tantos años después no hemos olvidado y continuamos el combate por aquellos valores, aquellos que encarnaba el presidente de la República española", añadió. "Que descanse en paz en una tumba digna de él", concluyó Baylet. La lápida de granito con el nombre del difunto, los años que vivió (1880-1940) y el descolorido escudo de España tapados, a veces, por unas rosas de plástico con los colores de la República, han quedado enaltecidos por un pequeño monumento. La piedra de la estela está partida, para simbolizar el desagarre de un pueblo, y salpicada de incrustaciones de cristal con las que el artista ha querido transmitir un mensaje de esperanza. Además de los miembros de la asociación que recuerda la memoria de Azaña al acto asistieron el sobrino del presidente, Enrique de Rivas, autoridades locales francesas, hijos de exiliados republicanos y un representante del Instituto Cervantes de Toulouse. Hoy domingo concluye también en Montauban un seminario sobre "Manuel Azaña y la cuestión laica" subvencionado con 5.000 euros por el Consejo General del departamento .
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Re: EL COMUNISMO Y LA REPUBLICA

Mensaje  Admin Miér Oct 29, 2008 10:13 am

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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Re: EL COMUNISMO Y LA REPUBLICA

Mensaje  Admin Miér Oct 29, 2008 10:17 am

http://brigadasinternacionais.blogspot.com/
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Bonita cancion

Mensaje  Libertad Jue Oct 30, 2008 10:23 pm

https://www.youtube.com/watch?v=eMDZ55DwlSA
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty De los olvidados y los protegidos por la Ley de la Memoria Histórica.

Mensaje  Admin Mar Nov 04, 2008 3:12 am

De los olvidados y los protegidos por la Ley de la Memoria Histórica.

EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA 150920071416301
EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Fusilado1959
EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA 2802309

72 años después del golpe fascista contra el pueblo español, su constitución y su república, la actual y flamante España democrática es incapaz de ofrecer reconocimiento legal a quienes fueron asesinados por defender las libertades de todos. La llamada Ley de la Memoria y el ordenamiento español vigente siguen considerando justos y legales los tribunales fascistas que condenaron e infamaron a quienes se mantuvieron leales a la república. El Partido Popular se niega a condenar la Guerra Civil y la Dictadura por entenderlas «justificadas» y el PSOE actualmente en el gobierno se limita a intentar dividir y comprar con subvenciones económicas y con medidas cosméticas a quienes claman por un poco de dignidad democrática y justicia 72 años después.

La Ley de la Memoria supone un nuevo obstáculo en la lucha por recuperar la dignidad colectiva como españoles. No resuelve nada. Más que una ley es una estrategia de contención ante la imparable marea democrática y republicana que fluye día a día. Tiene la virtud esta ley, eso sí, de mostrarnos las limitaciones del actual Régimen monárquico, nos muestra hasta donde se puede llegar; y no es muy lejos. El nombre de España sigue secuestrado por los vencedores en 1939. Sus herederos actuales identifican España con lo que ellos son y piensan,debiéndose su supuesto apoyo a la Constitución del 78 al simple hecho de que esta constitución garantizó la impunidad de TODOS LOS CRIMENES DE LA DICTADURA QUE TRAJO EL GOLPE Y LA GUERRA.

La situación creada en el Parlamento Europeo cuando se llevó a cabo una declaración institucional de condena al franquismo demostró muy bien la naturaleza del problema con el que se enfrenta la memoria histórica y la dignidad democrática de los españoles como nación. Al negarse a condenar el fascismo franquista y el golpe contra la República, el Partido Popular se sitúa fuera de todo consenso democrático de mínimos y se hace preciso iniciar un nuevo tipo de debate. ¿Es posible construir y vivir una democracia sin condenar el fascismo y la guerra atroz que impuso a los españoles? ¿debe ser ilegalizado el Partido Popular y exhortarse a la derecha española a que condene la violencia y funde un partido sobre lo que pueda encontrar de democrático en sus raíces históricas? ¿Tan difícil es comprender que el golpe de 1936 no tuvo otro sentido que impedir la consolidación de una democracia en España? ¿O que el golpe fracasó por el heroismo del pueblo español y que se transformó en una guerra a raíz de la decisión personal de Adolf Hitler de trasladar a España en sus aviones al ejército colonial africano sublevado?

El Partido Popular ha boicoteado cualquier avance en profundidad de la memoria democrática; el PSOE se lo ha consentido. Es la propia naturaleza del régimen de la Transición lo que queda así al descubierto. No nos vamos a contentar con más promesas vacías y medias verdades.

Debemos decir bien claro que España vive una situación anormal que la sitúa fuera del consenso democrático que surgió de la derrota del nazifascismo en 1945. Puede parecer extraño que se afirme esto en 2008, pero es lo único que explica que el PP se sitúe al margen del antifascismo como valor democrático básico. No se consideran afectados: para ellos el franquismo no fue un nazifascismo sino un régimen autoritario que fue "necesario". Su visión de la realidad histórica es aberrante, completamente deformada. Han llegado a interiorizar toda la basura ideológica del régimen y sus mitos fundacionales hasta el punto de que si aceptan hoy la democracia se debe a que según ellos la ingeniería social del franquismo la hizo posible al destruir a la izquierda revolucionaria y desarrollar económicamente el país. Dentro de esta explicación mítica, se olvida la existencia de la clase media republicana en los años treinta y el carácter profundamente democrático de la experiencia republicana, se justifica el golpe y la guerra como "inevitables", se olvida la participación nazi y fascista en el bando franquista y se funde todo en un anticomunismo primitivo. Estos son los elementos que explican el motivo por el cual la derecha española ha establecido una conexión tan profunda con los neoconservadores norteamericanos. Para estos grupos el nazismo y el fascismo en Alemania e Italia solo fueron negativos en la medida en que disputaron el dominio global a los anglosajones, en vez de dejarse utilizar como ariete contra la URSS. En este sentido, el régimen de Franco es visto como un régimen paternalista y hasta dotado de cierta prudencia. La guerra, la represión, la dictadura fueron experiencias duras pero necesarias por la culpa colectiva del pueblo español, "intoxicado" por ideologías ajenas a su "tradición". No es de extrañar, por tanto, que en el momento histórico en que los países del Este europeo se entregan a Estados Unidos en un delirio anticomunista sorprendente y en el que se intenta rescatar la memoria de los fascistas locales que colaboraron con los nazis, la derecha española no tenga reparos en negarse a condenar el golpe, la guerra y la dictadura. No estamos ante un problema del pasado, es el futuro lo que nos preocupa y por ello resulta tan grave constatar este auge del revisionismo fascista que incluso ha logrado vaciar de contenidos esenciales la Ley de Memoria Histórica.

Hoy existe una Ley de Víctimas del Terrorismo; no así de las víctimas de la dictadura. Produce asco y repugnancia la utilización de las víctimas del terrorismo cuando comparamos su situación con las del golpe, la guerra y la dictadura. ¿Donde estaba la dignidad debida y el respeto a las víctimas cuando se pactó con los franquistas su impunidad y se aceptó que pusieran un precio político al restablecimiento de la democracia?

¿Donde queda la memoria histórica cuando se considera víctimas del terrorismo a quienes murieron vistiendo el uniforme de la dictadura? ¿Era terrorismo enfrentarse con las armas en la mano a los defensores de la dictadura? Al incluir como víctimas del terrorismo a los muertos durante la dictadura por defenderla lo que se hace es legitimarla. Carrero Blanco, el almirante franquista, presidente del gobierno y jefe de los servicios secretos, hubiera tenido que acabar sus días ante un Tribunal por sus crímenes contra el pueblo español, su muerte fue como resultado de un acto de resistencia, negar esto es legitimar su condición. Melitón Manzanas, el todopoderoso jefe de la policía política, fue alguien absolutamente despreciable y que hubiera debido ser igualmente juzgado. Pasó de verdugo a víctima en unos segundos cuando resultó muerto en una acción de la resistencia. El crimen cometido con él sólo fue uno, al matarle se impidió que fuese procesado y condenado. En realidad, lo peor del tratamiento legal de las víctimas del terrorismo es unir en una misma consideración a quienes cayeron defendiendo una dictadura con los que lo hicieron en defensa de la democracia años después. Es preciso romper con este consenso entre los partidos del régimen monárquico, pues sin aclarar de una vez por todas que el franquismo fue un régimen genocida contra el que estaba justificada la lucha armada, será imposible construir una democracia con bases sólidas y creíbles.

La posición de principios que condena toda forma de terrorismo y violencia es muy respetable, pero hay que ser consciente de que si lleva al absurdo resultaría que Reinhard Heydrich, "gauleiter" de Bohemia y Morabia y jefe de la Gestapo e Interpol,fue también una víctima del terrorismo y como tal debiera ser "respetada".

Si hemos tenido que esperar a 2006 para una Ley de Memoria no es por casualidad. El precio político que hemos tenido que pagar por este "a modo de democracia" que disfrutamos es muy alto: un jefe de estado que lo fue de la dictadura (no se olvide que el ciudadano Borbón fue nombrado Rey con las instituciones y leyes de la dictadura), un pacto de silencio y olvido que dura hasta la actualidad, una impunidad total y absoluta de los crímenes de la dictadura, el mantenimiento de todas las situaciones de privilegio económico y de clase que la victoria reportó a quienes la protagonizaron, una posición chulesca de la Iglesia Católica quien se aprovecha de un Concordato negociado por Arias Navarro y que fue colocado sin poderse discutir siquiera en la Constitución del 78. En suma, una identificación de España y lo español con la cultura política del franquismo que constituye una verdadera amenaza, pues el nacionalismo español que vemos amenazante cada día en prensa, tribuna y púlpito es antidemocrático, separatista y excluyente.

Memoria Histórica es recordar que otra España es posible, que una Nación no es otra cosa que el pueblo que la habita y conforma, unido en paz y libertad.

Memoria Histórica es recordar que España fue defendida hasta el sacrificio final por millones de españoles y que su derrota fue atroz. En nuestras manos está que no sea definitiva.

La Ley de la Memoria tendría que basarse en que la libertad y la democracia son los valores primeros que fundamentan nuestra identidad colectiva, aunando nuestra rica y plural realidad nacional, pues sobre la base de una ciudadanía democrática compartida es perfectamente posible convivir todos.

Una ley de la Memoria Histórica era necesaria. ¿Pero esta Ley? Son muchos los problemas no resueltos; son cientos las fosas comunes, decenas de miles los desaparecidos que aun están enterrados en bosques y campos, son cientos de miles los muertos en la guerra y los ejecutados, pero sobre todo es su recuerdo y su memoria las que exigen respeto. Algo negado todavía hoy por unas leyes que no defienden el recuerdo de los asesinados. El respeto no se acaba en las sepulturas dignas o en las placas que recuerden a los asesinados. Levantar una fosa podría implicar, si se hace con el juez y los forenses, una prueba de cargo más para la acusación de genocidio de la que el franquismo se ha hecho merecedor.

Hoy es legal la Fundación Francisco Franco, el dinero recibido por subvenciones públicas por esta Fundación suma millones de euros pese a estar dedicada a glorificar a los genocidas; justificar y defender la guerra y la dictadura es algo legal. Si recordamos los dineros entregados a los franquistas, las cantidades que se darán en aplicación de la Ley de la Memoria suenan a broma. Este que viene ahora es un dinero sucio, pues no busca otra cosa que comprar el silencio.

Se impone el franquismo sociológico; los descendientes de las víctimas fueron educados en la creencia de que el crimen se produjo por alguna especie de culpa colectiva que los iguala con los verdugos. La nueva Ley no resuelve nada de esto, sólo lo refuerza al mantener una equidistancia imposible. En España los verdugos fueron quienes "perdonaron" a sus víctimas a cambio de olvido e impunidad. El crimen fue bien gratificado; la dictadura construyó su base social de apoyos sobre el despojo de los restos de los vencidos; hoy el robo y el saqueo de propiedades lleva años legalizado. Es más, es muy probable que la negativa a anular los juicios franquistas se deba a intentar evitar a toda costa que miles de familias denuncien ante los tribunales el expolio al que fueron sometidos: si miramos en cada una de nuestras ciudades podríamos ver que los apellidos de los vencedores se perpetúan entre los mejor situados socialmente. Esta es, posiblemente, la raíz última de la resistencia para que una verdadera Ley de Memoria sea aprobada.

Las grandes empresas que se enriquecieron con los cientos de miles de trabajadores forzados siguen existiendo y sus nombres pese a ser conocidos, ni remotamente se tienen en cuenta, tan grande fue la dimensión de la derrota; suponer que han de pagar indemnizaciones a los supervivientes y sus familias es casi una locura que por supuesto nadie en el Parlamento se atrevió a proponer siquiera. Las subvenciones previstas en la Ley saldrán de nuestros impuestos, no del patrimonio acumulado por los verdugos y sus descendientes.

El revisionismo campa a sus anchas y actúa con plena libertad insultando, difamando y calumniando a las víctimas del fascismo. Pero la ley propuesta no va a resolver nada de esto. Y el revisionismo no lo encontramos solamente en la caverna de la extrema derecha: lo hemos visto incluso en el propio gobierno del PSOE en el ministerio de Defensa. Hoy mismo, estatuas y nombres de golpistas son parte de instituciones militares y acuartelamientos. Quienes tilden de "nostálgico" o "trasnochado" este artículo deben saber que la unidad de elite de las Fuerzas Aéreas Españolas, el ala de caza dotada de Eurofighters, lleva el mismo nombre y las mismas enseñas y lemas que la unidad del héroe de la aviación franquista Joaquín García Morato. Esto es un insulto a todos los españoles.

No debemos olvidar que los militares leales al pueblo español, su constitución y su república fueron los primeros en ser asesinados. Desde hace 70 años el fascismo quiso imponernos el olvido de ese hecho, PERO NO VAMOS A CEDER.
Los golpistas de julio de 1936 siguieron un plan despiadado y criminal, debían matar inmediatamente a los miembros de las Fuerzas Armadas y de los Cuerpos de Seguridad que no secundaran la sublevación, inmediatamente después debían hacer lo mismo con los representantes civiles del estado democráticamente elegidos, al objeto de hacerse con los resortes del Estado y luego emplear cuanta violencia y terror fuese preciso para controlar a la población. Lo hicieron allí donde las fuerzas leales y el pueblo no lograron resistir. Hoy los revisionistas llaman crímenes republicanos a la lucha de resistencia contra la agresión. La nueva Ley interioriza este discurso: es decir, España es culpable de resistirse a ver destruida su república y su democracia su lucha fue un "crimen" y por ello fue castigada.
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty 2º De los olvidados y los protegidos por la Ley de la Memoria Histórica

Mensaje  Admin Mar Nov 04, 2008 3:13 am

Imponerse a través del terror desde el principio, ese fue el plan del genocida exgeneral Mola y sus seguidores, un plan terrorista de primera magnitud. Los nombres de los verdugos forman parte de la historia mundial de la infamia: Mola, organizador del Golpe, González Gallarza, organizador de la red clandestina de oficiales golpistas, Juan Yagüe, un carnicero sin escrúpulos cuyo nombre es un puro insulto para el honor del ejército español, Queipo de Llano, arquitecto del terror y la represión, sus charlas radiofónicas mostraron el verdadero rostro de la España que pretendían imponer, Fanjul y Goded, dispuestos a destruir a cualquier precio las instituciones y la ley republicanas, José Antonio Primo de Ribera, quien brindó a sus escuadristas al servicio el golpe y dotó de una mística y un uniforme al mayor grupo de verdugos de la historia de nuestro país, Pablo Martín Alonso, traidor, vengativo y sanguinario, detuvo a sus superiores en A Coruña y ordenó el asesinato de cientos de personas, Aranda y Moscardo, quienes no dudaron en engañar cuanto hizo falta primero y en ordenar la toma de rehenes y los fusilamientos de cuantos se les opusieron, la lista es muy larga. Algunos de ellos pagaron sus crímenes ante los tribunales del pueblo, otros, como Franco, triunfaron y sobrevivieron largo tiempo gracias al apoyo de Hitler y Mussolini primero y Estados Unidos después. Hoy, para vergüenza de todos, el Partido Popular justifica sus crímenes y afirma que denunciarlos es sembrar la división entre los españoles.

La democracia española salida de la Transición niega a los militares y civiles leales a la república que murieron asesinados tras parodias de juicio el reconocimiento público que la más mínima dignidad democrática exige: declarar nulos de pleno derecho los Tribunales golpistas y nulas sus sentencias.

Los golpistas siguen figurando simbólica y honoríficamente en las filas del ejército español actual y no hay ni una sola unidad, acuartelamiento, buque o escuela que recuerde con su nombre la memoria de quienes dieron sus vidas por la libertad de la Nación Española ante la agresión fascista. Jamás han desfilado las tropas españolas en estos años en recuerdo y homenaje público a quienes dieron sus vidas por su lealtad al pueblo español y sus libertades. La Ley de la Memoria se queda fuera de los cuarteles y no une milicia y pueblo sobre la base de la lucha de unos y otros por las libertades contra la agresión fascista. Sin hacerlo es imposible lograr una identificación profunda entre ciudadanía y Fuerzas Armadas.

En recuerdo, de quienes hace 72 años en África se opusieron a costa de sus vidas a un golpe atroz y genocida que nos arrastraría a la mayor catástrofe de nuestra historia, señalamos aquí a las primeras víctimas; solamente en el Protectorado en Marruecos y en las ciudades de Ceuta y Melilla los asesinados y encarcelados se contaron por miles, trabajadores, obreros, funcionarios, militares, de toda clase y condición. Unos fueron muertos directamente, otros sometidos a parodias de juicio; hoy sus crímenes siguen siendo legales para el Estado español.

Nuestro respeto más profundo ante el sacrificio de vuestras vidas. Luchasteis por vuestra libertad y la nuestra, al asesinaros, los fascistas quisieron matar la ilusión de una nación española identificada con los valores de libertad, igualdad y, sobre todo, de fraternidad.

No os hemos olvidado.

Junto a ellos centenares de miles de víctimas del franquismo (golpe, guerra y dictadura) se encuentran todavía hoy asesinadas "legalmente".
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Re: EL COMUNISMO Y LA REPUBLICA

Mensaje  Admin Mar Nov 04, 2008 3:36 pm

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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty Los cambios revolucionarios

Mensaje  Admin Mar Nov 04, 2008 4:39 pm

Esta es, quizá, la pregunta más difícil de responder de todo el ideario socialista. En un sentido, dar la respuesta desde las consignas es bastante simple: quien cumple con ciertas indicaciones de manual puede ser considerado un revolucionario. En esa línea, está claro que es “revolucionario” aquel que sigue ciertos principios políticos y éticos que tienen que ver con la igualdad, la solidaridad, la búsqueda de la justicia. Pero sabemos que la realidad es mucho más compleja, y un carnet de afiliado a algún partido de izquierda o el uso de cualquier ícono cultural considerado revolucionario (una camisa con el rostro del Che Guevara, la audición de ciertos músicos -Alí Primera, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez-, la lectura de ciertos autores -García Márquez, Bertold Brecht- o alguna determinada manera de vestir: zapatillas Nike no, pero sandalias de cuero sí, etc.), nada de eso es garantía definitiva. Además -es una cruda realidad que nos tiene que llevar a revisar autocráticamente todo esto- no es inusual encontrar infinidad de prácticas nada revolucionarias en el seno de las organizaciones proclamadas revolucionarias. Pareciera que, de momento al menos, todos los seres humanos estamos cortados por la misma tijera, y las disputas por el poder, el sentirse más que otro, la exclusión en infinidad de formas, la mentira, la corrupción, no se extinguen con la pertenencia a una organización de izquierda.

Quizá en un sentido habría que comenzar por decir, para darle visos de realidad a lo que se quiere transmitir, que nadie, a nivel individual, es en sí mismo un revolucionario. Nadie lo es, y para que nos quedemos tranquilos, nadie puede serlo en esencia. Las revoluciones (que son siempre complejísimos procesos con diversas aristas: políticas, sociales, económicas, culturales) van más allá de los individuos, nos trascienden. Los seres humanos individuales, en todo caso, podemos estar más o menos a la altura de las circunstancias, y actuar más o menos acorde con un clima revolucionario, pero tal vez es imposible decir quién, cuándo y cómo comienza a ser “revolucionario”.

¿Quién es un verdadero revolucionario? Así formulada, la pregunta no deja de tener una pesada carga moralista, casi religiosa, que prácticamente no ofrece salida. ¿Habrá que ser un iniciado en los principios de la revolución para llegar a ser un verdadero revolucionario? ¿Hay que cumplir a cabalidad ciertas normas que garantizan que uno se gradúa de revolucionario? ¿Dónde está escrito ese decálogo? Si uno no toma Coca-Cola pero escucha Michael Jackson o Shakira es medianamente revolucionario…, pero si no toma Coca-Cola y además escucha a Pablo Milanés, es absolutamente un revolucionario. Puede parecer grotesco, pero sabemos que estos valores, esta forma de entender el mundo, muchas veces (¿siempre?) así funcionan en el campo de la izquierda.

En buena medida el ámbito de lo que entendemos por revolucionario se ha ido forjando de esta manera, como un abierto desafío -casi rebelde en muchos casos- a los valores consagrados de la sociedad capitalista. Si lo “normal” es tomar Coca-Cola sin abrir crítica, lo revolucionario es no tomarla. Pero aunque grotesco en algunos casos, de eso se trata una revolución: de romper los moldes, de cambiar todo, de poner en marcha algo nuevo. Lo cual, como todo proceso nuevo, no está libre de exageraciones, abusos, manierismos.

Y ahí radica justamente el problema: ¿hasta dónde, cómo, de qué manera se da ese cambio? Revolución socialista es, en definitiva, el proyecto del más grandioso cambio en la civilización a través de la historia. Se trata de la puerta de entrada a una sociedad donde es abolida la propiedad privada, y por tanto, las clases sociales. Lo cual abre un mundo de valores totalmente novedoso: se terminarían las jerarquías, ya nadie sería superior a nadie, nadie miraría desde arriba a otro. Pero sabemos que eso es, hoy por hoy al menos, una hermosa petición de principios, y no más. No queremos decir que todo ese ideario sea como las estrellas: “inalcanzables, aunque marquen el camino”. La utopía social, en tanto búsqueda de lo que no está en ningún lugar concreto pero que impulsa a continuar seguir buscándolo, es la más noble de las ideas de cambio, es la energía inacabable que hace que las sociedades estén en perpetuo movimiento, en mejoramiento, en avance. Y es innegable que la aspiración de la revolución socialista -que en el pasado siglo apenas dio sus primeros y balbuceantes pasos- es el afianzamiento de ese espíritu revolucionario, trasformador, rebelde, productivamente irrespetuoso. Espíritu que, para autoafirmarse, necesita de ciertos íconos culturales: de ahí que hay una “manera de vestir” revolucionaria, una pose revolucionaria, un folklore revolucionario. Aunque, claro está -y como en toda construcción humana- no faltan los excesos absurdos, los planteamientos más formales que cargados de contenido, los fanatismos incluso. Consideremos esta paradoja: Lenin vestía con camisas de seda, y alguna vez interrogado de por qué lo hacía, su respuesta fue “yo lucho para que todos puedan usar camisas de seda.” ¿Era o no un revolucionario este ruso conductor de la revolución bolchevique?

Una vez más, entonces: ¿existe efectivamente un tal espíritu revolucionario? ¿Podemos cada uno de los seres individuales que nos comprometemos con estos principios de transformación social, ser en verdad “revolucionarios”? ¿Se trata de no tomar Coca-Cola, escuchar la Nova Trova cubana o no faltar a ninguna marcha chavista en Venezuela para ser un revolucionario? ¿Se trata de cumplir con íconos, con seguir un pretendido manual, o es otra cosa? ¿Cuándo se tiene la certeza de ser un revolucionario? ¿Quién la da?

Ernesto Guevara, según lo que podemos leer en su diario personal, calificaba a sus compañeros de célula estando enmontañados en las selvas bolivianas, determinando sus conductas revolucionarias. Dado que eso lo hacía el legendario, mítico “Che”, nada agregamos al hecho; pero si la calificación la hace el jefe de personal para ver el compromiso de cada trabajador con la empresa evaluando quién es “más” colaborador, seguramente ponemos el grito en el cielo. ¿Está alguien autorizado por “más” revolucionario a determinar quién cumple más a cabalidad con el perfil de luchador social? ¿O hay ahí, aún a riesgo de cuestionar ese ícono intocable que es la figura del “guerrillero heroico”, una asignatura pendiente con la nueva ética que la revolución pretende instaurar? ¿Era Ernesto Guevara más revolucionario que sus compañeros de lucha? ¿Se puede medir lo revolucionario de una persona? Pero el Che fumaba, y así lo vemos en todas sus fotos. ¿No es ese un patrón de consumo capitalista? ¿No es eso un producto cancerígeno que debemos eliminar de una buena vez por todas? ¿Cómo podríamos fotografiarnos fumando? ¿Y no abandonó a su familia en Cuba para irse a luchar al Africa? ¿Es ese un mensaje revolucionario o fomenta la paternidad irresponsable? Una vez más: ¿cuándo y cómo se gradúa uno de revolucionario? ¿Quién otorga el diploma?

Probablemente en todo esto arrastramos en la izquierda un prejuicio moralista, que quizá es muy difícil -o imposible- desechar, pero que debe ser considerado: las revoluciones implican monumentales cambios en las relaciones económico-sociales y políticas, pero las transformaciones subjetivas son infinitamente más lentas, dificultosas, tortuosas. Hay ahí un límite infranqueable que ningún manual puede superar. Aunque pareciera -ahí está el prejuicio ¿o ilusión?- que un decálogo para la acción sí pudiera dar el camino. Obviamente, eso tranquiliza: siempre son bienvenidos los libros sagrados. ¿Y qué diría ese decálogo: se debe o no usar camisas de seda? ¿Se debe o no fumar? ¿Está bien abandonar a los hijos para ir a trabajar por la revolución en otro país? ¿Y qué hacemos con un camarada que escucha Shakira? ¿Y si alguien toma Coca-Cola? Complejo, ¿verdad?

Esto no significa que no sea posible el cambio; obviamente no. Si no fuera posible, las sociedades humanas jamás hubieran evolucionado, y justamente la historia es una interminable sucesión de cambios, de mejoramientos en la situación cotidiana. Pero los cambios profundos en la subjetividad son más lentos, muchísimo más lentos de lo que pretenderíamos. Valga decirlo con este ejemplo: en el momento de la anexión de Austria por las tropas nazis cuando comienza la Segunda Guerra Mundial, Sigmund Freud, judío, padre del psicoanálisis, por ser un prestigioso personaje de fama mundial fue perdonado y no marchó a los campos de concentración. Pero sí fue condenado al destierro. En el momento de abordar el avión que lo trasladaría a Londres donde poco tiempo después moriría, dijo con ácida mordacidad: “en la Edad Media me hubieran quemado a mí; hoy día queman mis libros. No hay dudas que como especie hemos progresado.”

Los cambios revolucionarios, o más simplemente: los cambios culturales en las grandes masas humanas, son procesos lentísimos. Rusia, después de décadas de construcción socialista, desintegrada la Unión Soviética presenta aún guerras étnico-religiosas. ¿Sería para pensar que el socialismo es entonces inviable, o es que lo dicho por Einstein parece más que exacto?: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. A mucha gente de la izquierda española ya de alguna edad… le sigue gustando las corridas de toros. Obviamente la revolución es más que la toma del poder político. Por lo que eso plantea la pregunta: ¿qué es ser un revolucionario? ¿Se lo puede ser de verdad a nivel individual, o las revoluciones son grandes momentos de hecatombe social a las que podemos sumarnos y alentar? ¿Un revolucionario “de verdad” qué debe hacer en relación a las corridas de toros? Más aún: ¿hay revolucionarios “de verdad”? ¿Quién los designa?

Las primeras experiencias socialistas del siglo XX deben ser muy hondamente estudiadas para no repetir los mismos errores. No quedan dudas que hay mucho por revisar ahí. De ningún modo fracasaron; fueron los primeros intentos, sólo eso. La historia no ha terminado. Algo que debe ser abordado con la más profunda actitud autocrítica es el tema de lo subjetivo y la nueva cultura, la nueva ética que se forjó. Es bastante significativo que en distintas latitudes donde asistimos a estos experimentos de nuevas sociedades se repitió un mismo molde: los “revolucionarios” de arriba fijaron las pautas que la masa “no-revolucionaria” debió seguir. En otros términos: siguió habiendo arribas y abajos. Si alguien puede calificar, poner notas, decir quién es “más” y quién es “menos”… ¿no se ratifica entonces que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”?
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EL COMUNISMO  Y LA REPUBLICA Empty 2ºLos cambios revolucionarios

Mensaje  Admin Mar Nov 04, 2008 4:40 pm

Los distintos procesos socialistas conocidos de momento, en mayor o menor grado dieron respuestas positivas a los problemas básicos de las sociedades donde surgieron: mejoraron las condiciones de vida, terminaron o redujeron drásticamente la exclusión social, dignificaron a los históricamente más postergados. Todo esto es innegable. Pero siguió siendo débil aún la modificación de los principios y valores culturales del día a día. Setenta años después del triunfo bolchevique de 1917 en Rusia, reaparecieron con sorprendente velocidad valores capitalistas, individualistas y reaccionarios que se suponían enterrados décadas atrás. Y algo similar sucedió en China con la reintroducción de mecanismos capitalistas, surgiendo de la noche a la mañana una nueva casta de millonarios imitadora de los más cuestionables valores del consumismo occidental. Y lo curioso: todo eso se dio fundamentalmente en cuadros de los respectivos partidos comunistas. Lo cual abre una vez más la pregunta de qué significa ser revolucionario. ¿
No lo eran todos estos militantes rusos o chinos? ¿Tenemos que llegar a la patética conclusión que los revolucionarios verdaderos son sólo los líderes de estos procesos: Lenin o Mao Tse Tung para el caso? ¿No es, entonces, demasiado estrecho el concepto de “revolucionario”? Porque estos grandes personajes de la historia, o Fidel Castro, o Ernesto Guevara, o Hugo Chávez, no son la medida del ciudadano normal, cotidiano, de a pie, el sujeto social real de la historia, ese que, siempre en porcentajes muy pequeños sobre la generalidad, abraza a veces las ideas socialistas y milita activamente desde algún frente, o que mucho más comúnmente sigue los acontecimientos por la televisión…luego de ver el juego de fútbol.

Lo cual no debe avergonzar a nadie: esa es la normalidad habitual. La gran mayoría de la gente pasa su vida en la búsqueda de la sobrevivencia económica y no se interesa mayormente por cuestiones políticas. Al menos, así ha sido hasta ahora. ¿Pero son los revolucionarios, entonces, sólo los que pueden llegar a tomar parte activa en la historia? ¿No son las masas las que hacen la historia? ¿Y en qué medida se es más revolucionario: cuánto más se milita, cuánto más se compromete en la estructura de un partido político, cuanto más uno se eleva en la calificación que podría otorgarle el Che por acciones heroicas? Entre esa gran masa que prefiere -por una sumatoria de motivos- acompañar los acontecimientos un poco de lado, muchas veces sin ser parte activa, ¿no hay revolucionarios entonces? En el recién creado Partido Socialista Unido de Venezuela, de los casi seis millones de inscriptos como aspirantes a militantes sólo un millón y medio participa en las discusiones de base en las asambleas populares. ¿No son revolucionarios todos aquellos que no llegan a esas reuniones?

Quizá se filtra en esta concepción del partido de vanguardia y del revolucionario como vanguardia un prejuicio intelectual, iluminista por último, solidario de la racionalidad europea en que nace el marxismo, y que se ha venido arrastrando en estos dos siglos de luchas sociales y de ideario socialista: el revolucionario es siempre alguien que está adelante, alguien que está más allá que el común de la gente (y por eso puede calificar a sus seguidores). Si así lo aceptamos -y es lo que ha venido haciendo la izquierda por largos años con todos los partidos ¿revolucionarios? que creó, siempre como organizaciones de cuadros con estructuras verticales, jerárquicas, partidos de iluminados que iluminan a la masa más “atrasada” (la alegoría platónica de la caverna sigue viva después de dos milenios y medio…)- si así entendemos la idea de “revolucionario”, dejamos muy por lo bajo la potencialidad del pueblo.

Tal vez es cierto que los grandes cambios sociales, las cataclísmicas transformaciones que implica un proceso como la construcción de una nueva sociedad socialista, deben ir de la mano de grandes conductores. Eso es, al menos, lo que la historia de todas las revoluciones socialistas conocidas hasta ahora nos indica: ¿sería posible la revolución cubana sin Fidel, o la vietnamita sin Ho Chi Ming, o la venezolana sin Chávez? Todo indica que no. Lo cual obliga a la reflexión -que no abordaremos aquí, pero que sin dudas es una asignatura pendiente de importancia capital- sobre por qué se repite siempre ese fenómeno: ¿necesitan los grandes cambios sociales la garantía de grandes figuras?

¿No pueden los pueblos ser revolucionarios? Pareciera que a veces, en un determinado momento histórico, los pueblos se tornan revolucionarios, se desatan, rompen las trabas ancestrales que los atan; pero luego vuelven a su calma conservadora. Los pueblos, como masa, no pueden vivir eternamente en actitud revolucionaria; las sociedades requieren de cierta estabilidad rutinaria para mantenerse. Las revoluciones son momentos puntuales, grandes quiebres que rompen la cotidianeidad con las que se da un paso delante de no retorno. Lo que nos lleva a pensar: ¿esto de ser revolucionario, es un oficio entonces? Palabras más, palabras menos: eso significa partido revolucionario de cuadros, que es lo que han venido siendo todos los partidos de la izquierda en estos largos años de lucha. Pero, ¿y dónde queda entonces el poder popular?

El común de la gente en su gran mayoría, todos los días, no vive en actitud revolucionaria. ¿Podría hacerlo acaso? ¿En qué consistiría eso? ¿Tener los ojos abiertos y no permitir que le manipulen? ¿No hacerle caso a los valores que promueven los medios masivos de comunicación? ¿Debería vivir en estado permanente de asamblea deliberativa? ¿Debería dejar de tomar Coca-Cola? ¿No escuchar Shakira? Una vez más entonces: ¿qué significa ser revolucionario? ¿Se traiciona la causa revolucionaria si se usa una camisa de seda, si se fuma o se toma Coca-Cola? ¿Sí o no? ¿Cuándo se empieza a dejar de ser revolucionario: si se usa ropa Nike? ¿Dónde está ese límite?

El problema, ya lo dijimos, es endemoniadamente difícil, porque no se trata sólo de ir a una concentración política masiva con la pancarta del caso y con eso tener asegurado el estatuto de “revolucionario”. Por otro lado, esa imagen de militante absoluto que no come Mc Donald’s ni toma Coca-Cola no es una garantía total de “pureza” revolucionaria, de cambios sin retorno, porque a veces, conseguido algún cargo de dirección (en alguna organización popular, en la administración política del Estado, etc. -la historia nos lo enseña con demasiada frecuencia-) los ideales quedan olvidados y se reemplaza la abnegación militante por las características distintivas del ejercicio del poder tal como hasta ahora lo conocemos: verticalismo, sordera para lo que dice la base, falta de autocrítica… y gustosa aceptación de las comodidades del “estar arriba”. ¿La revolución es hacerle el boicot a las marcas transnacionales? Si es más que eso, si es un cambio profundo en la forma de ser, habrá que tomarlo con mucha paciencia. “Siéntate al lado del río a ver pasar el cadáver de tu enemigo”, enseñaba Sun Tsu hace más de dos milenios.

No debemos dejar de recordar que muchas veces grandes cuadros militantes en su intimidad son tremendamente machistas, homofóbicos, incluso racistas. Es decir: una presentación como revolucionario desde el punto de vista político no implica forzosamente la superación de todas las lacras culturales ancestrales y prejuicios que nos constituyen (por otro lado, ¿por qué habría de implicarlo?) Y además, no todos los que se comprometen con una causa política van a ser militantes inquebrantables según el modelo guevarista. ¿Acaso es posible que un ser humano común y corriente -como somos la absoluta mayoría- viva en ese mundo un tanto artificial de estar militando activamente todo el día? Quienes se comprometen con el trabajo político revolucionario en general son grupos minoritarios: son algunos los líderes comunitarios que encabezan las reivindicaciones barriales, y son sólo algunos trabajadores quienes activan sindicalmente. La gran mayoría acompaña, participa aportando, pero no es la que toma la iniciativa. ¿No es revolucionaria entonces? Así planteadas las cosas, no hay salida. No debemos quedarnos con la limitada idea -moralista en definitiva- de ver quién es “buen” revolucionario y quién no cumple con el manual. Eso sólo ayuda a ratificar prejuicios y paradigmas injustos: el que está arriba y el que está abajo.

Si algo nuevo puede aportar el socialismo, básicamente es el generar una nueva conciencia en el colectivo social para ir borrando la idea de abajo y arriba. De momento, producto de una milenaria herencia civilizatoria, nadie -tampoco los que puedan ser considerados “revolucionarios”, o “más” revolucionarios- escapan a estas matrices culturales: las nociones de arriba, de mejor, de más importante, siguen siendo dominantes. La apuesta es poder desarticular esas formaciones. ¿Cuánto tiempo tomará? No se sabe. Pero sin dudas no será ni rápido ni fácil. La misma noción de “revolucionario”, quizá sin proponérselo, está haciendo una alusión a “esclarecido” y “no-esclarecido” (¿arriba y abajo?)

Y si de algo se trata en esta titánica y fabulosa tarea que es inventar una sociedad nueva a la que llamamos socialismo, es poder llegar a tomarse en serio que sólo habrá real igualdad cuando, como dijo Gabriel García Márquez, “ningún ser humano tenga derecho a mirar desde arriba a otro, a no ser que sea para ayudarlo a levantarse.”
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